sábado, 31 de marzo de 2007

1 Samuel 2:
El cántico de Ana es un bello ejemplo de la alabanza y adoración, que brotan espontáneamente de un corazón agradecido por haber experimentado el consuelo, la sanidad, la respuesta de Dios. Por muchos años Ana sufrió por no tener hijos, pera aquí la encontramos cantando. La Escritura dice: "11 Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. 12 Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre" (Salmo 30: 11 y 12)
Reina Valera Revisada (1960), (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
El Señor puede y quiere cambiar nuestro lamento en baile; acerquémonos a Él en oración, desahogando nuestro corazón y escuchando Su voz que consuela, enseña, instruye y guía. Entonces cantaremos como Ana.
¿Cómo podemos alabar a Dios?. Declarando como Ana lo que Él ha hecho y lo que Él es:
"mi corazón se regocija, mi poder se exalta (en Él). Mi boca se ensanchó, me alegré. No hay santo, no hay ninguno, no hay refugio (como Él)". En los versículos 4 al 10 expresa cómo El Señor cambia la condición de los que le aman y le buscan. Alabarlo como lo hizo Ana, renueva nuestra confianza en Él, renueva el gozo y la paz en nuestro corazón, renueva la esperanza y renueva nuestra relación de amor y comunión con Él.
Hoy y cada día, alabemos con gozo Al Señor.
2.10 Vivir en un mundo donde la amenaza de un holocausto nuclear siempre está presente y donde el mal abunda puede hacernos olvidar que Dios es soberano sobre todas las cosas. Ana vio a Dios (1) sólido como una roca (2.2); (2) como uno que ve lo que hacemos (2.3); (3) soberano sobre todos los asuntos de la gente (2.4–8); y (4) el juez supremo que administra justicia perfecta (2.10). Recuerde que el control soberano de Dios nos ayuda a poner en perspectiva los hechos del mundo y las circunstancias personales.
Barton, Dr. Bruce B., Editore, Biblia del Diario Vivir, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1996.
En los versículos 12 al 36 cuenta de la maldad de los hijos del sacerdote Elí. Se habían corrompido como consecuencia de no tener conocimiento de Jehová. Como sacerdotes e hijos de sacerdote, ellos conocían de memoria la ley (moral, civil y de culto). De manera que lo que les faltaba no era conocimiento intelectual, sino conocimiento personal de Dios. Una práctica religiosa no siempre es sinónimo de una relación personal sincera y profunda con Dios. Cuando no desarrollamos esta clase de relación, el corazón se endurece y se corrompe a extremos como los de estos hombres. Las consecuencias fueron lamentables, para ellos, para el pueblo y para sus descendientes.
No nos engañemos. Aunque la misericordia y el amor del Señor son grandes, también lo es su justicia. Recordemos siempre Sus palabras: "porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco" (v. 30)
2.29 Elí tuvo muchos problemas al tratar de criar a sus hijos. Cuando se dio cuenta de su maldad, aparentemente no aplicó ninguna acción disciplinaria fuerte a sus hijos. Pero Elí no era solo un padre tratando de vérselas con hijos rebeldes. Era el sumo sacerdote que pasaba por alto el pecado de los sacerdotes que estaban bajo su jurisdicción. Por ello, el Señor tomó las medidas disciplinarias necesarias que Elí evadió.
Elí fue culpable por honrar a sus hijos por encima de Dios al permitirles que continuaran en pecado. ¿Hay algo en su vida, familia o trabajo que usted sigue permitiendo que suceda aun cuando sabe que está mal? Si es así, puede ser tan culpable como aquellos que están involucrados en esa mala acción.

Barton, Dr. Bruce B., Editore, Biblia del Diario Vivir, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1996.