domingo, 6 de mayo de 2007

2 Samuel 5:
David reinó siete años en Hebrón sobre la tribu de Judá; ahora iba a reinar treinta y tres años sobre toda la nación, para un total de cuarenta años. Este es el tercer ungimiento de David: Samuel le ungió en su casa en Belén y los hombres de Judá le ungieron en Hebrón (2.4). Véase en el Salmo 18 el canto de victoria de David después que Dios derrotó a todos sus enemigos y le dio paz. Este es un buen salmo para leer cuando se está en problemas, porque muestra cómo el Señor nos saca y nos conduce a un lugar de mayor bendición. No cabe duda de que David no disfrutó de sus muchas pruebas, pero podía mirar hacia atrás y dar gracias a Dios por ellas.
El rey necesitaba ahora una nueva capital y escogió Jerusalén. Esta fortaleza no se había capturado antes (Jos 15.63; Jue 1.21) y los jebuseos eran arrogantes y desafiaron a David a que los atacara. «¡Los cojos y los ciegos te pueden derrotar!», se mofaron, pero David y sus hombres convirtieron sus mofas en gritos de derrota. En 1 Crónicas 11.5–8 se nos narra que Joab fue el hombre que Dios usó para abrir la ciudad. Hay quienes opinan que los hombres de David se deslizaron en la ciudad sin ser notados a través del acueducto, pero algunos arqueólogos sostienen que el sistema de acueducto no estaba ubicado en ese punto. Parece claro por el texto que David usó el túnel del agua como su medio para entrar y que Joab llevó a cabo el plan maestro del rey.
No mucho después de que David se estableciera en su ciudad volvieron sus viejos enemigos, los filisteos. Cuán cierto es esto en nuestras vidas: Satanás espera por la «paz después de la tormenta» para atacarnos de nuevo. David sabía que la voluntad del Señor era el único camino a la victoria, de modo que de inmediato le consultó. Nótese que el segundo ataque (vv. 22–25) fue diferente al primero y que David fue lo suficientemente sabio como para buscar de nuevo la dirección de Dios. Dios le guió en una nueva forma. Debemos tener cuidado de no guardar «copias carbón» de la voluntad de Dios, sino buscarle de nuevo para cada nueva decisión.
Es cierto que la voluntad de Dios era que David reinara sobre la nación entera, así como es su voluntad que Cristo sea el Señor en todo en nuestras vidas. Cualquier parte que se deje fuera de su voluntad va a rebelarse y causar problemas. Somos «huesos de sus huesos y carne de su carne» (5.1; Ef 5.30) y debemos invitarle a reinar sobre nosotros. Sólo así tendremos paz y victoria completas.
El camino de David al trono abarcó muchos años y pruebas, pero a través de toda la jornada él puso a Dios primero y nunca buscó venganza ni tomó represalias contra Saúl. Dios tuvo a bien que David fuera protegido y promovido de acuerdo a su tiempo y su plan. Él hará lo mismo por nosotros si sólo confiamos en Él.
Wiersbe, Warren W., Bosquejos Expositivos de la Biblia, AT y NT, (Nashville, TN: Editorial Caribe Inc.) 2000, c1995.