jueves, 1 de noviembre de 2007



Campaña 100 días de avivamiento, día 46.
Jueces 16:
"Sansón ya se había metido en problemas con una mujer, pero ahora lo intentó de nuevo, esta vez adentrándose más en el territorio enemigo de Gaza. Dios otra vez lo amonesta al permitir que el enemigo casi lo atrape, pero Sansón todavía rehusó arrepentirse. Fue entonces que Dalila entró en su vida y lo condujo a su caída. El valle de Sorec estaba cerca de su casa, pero el corazón de Sansón estaba ya lejos de Dios.
Nos asombra ver a este nazareo durmiendo sobre las rodillas de una mujer perversa, pero esto es lo que ocurre cuando la gente decide seguir su propio camino y rechazar el consejo de sus seres queridos y del Señor. Tres veces Dalila sedujo a Sansón, y tres veces él le mintió. En todas el enemigo le atacó, de modo que debería haberse dado cuenta de que corría peligro. Pero, léase Proverbios 7.21–27 para ver por qué Sansón se sometió. ¡Dormía cuando debía estar despierto! Recuérdese la advertencia que Cristo le dio a Pedro en Mateo 26.40–41. Nótese que cada mentira que Sansón dijo en realidad le llevó más cerca de la verdad. ¡Cuán peligroso es jugar con el pecado!
El resto de la historia muestra el trágico fin del creyente que no le permite a Dios controlar su vida. A partir del versículo 20 Sansón no hace sino perder. Pierde su cabello, el símbolo de su consagración nazarea; porque esa dedicación la había abandonado desde mucho antes. Luego pierde su fuerza, pero lo ignora hasta que cae preso. ¡Qué inútil es que el siervo de Dios trate de servir al Señor cuando está fuera de su voluntad! Lo siguiente que Sansón pierde es la luz, porque los filisteos le sacaron los ojos. Pierde su libertad, porque le ataron con grillos de bronce. Pierde su utilidad para el Señor, porque acaba moliendo trigo en lugar de librar las batallas de Dios. Alguien ha dicho que el versículo 21 es un cuadro de los resultados del pecado que ciegan, atan y trituran. ¡Y todo eso empezó cuando Sansón menospreció las bendiciones y a sus padres.
Sansón también perdió su testimonio, porque fue el hazmerreir de los filisteos. A su dios Dagón, como pez, no al Dios de Israel, se le dio toda la gloria. Es evidente que Sansón se arrepintió de su pecado, porque Dios le dio una oportunidad más de actuar por fe. Su cabello comenzó a crecer y Sansón le pidió a Dios fuerza para ganar una victoria más sobre el enemigo. Dios contestó su oración, pero Sansón derrotando a otros perdió también su vida. Como Saúl, Sansón fue eliminado; cometió pecado de muerte y Dios le eliminó de la escena (véanse 1 Co 11.30–31; 1 Jn 5.16–17). Sus seres queridos reclamaron su cuerpo y lo sepultaron «entre Zora y Estaol», el mismo sitio donde comenzó su ministerio (13.25). Sansón ilustra a la gente que tiene poder para conquistar a otros, pero no pueden dominarse a sí mismos. Quemó los campos filisteos, pero no pudo controlar el fuego de su lujuria. Mató un león, pero no pudo matar las pasiones de la carne. Podía fácilmente hacer pedazos las cadenas que los hombres le ponían encima, pero las cadenas del pecado poco a poco crecieron con fuerza en su alma. En lugar de guiar a la nación, prefirió trabajar por su cuenta y como resultado no dejó ninguna victoria permanente detrás de sí. Se le recuerda por lo que destruyó, no por lo que edificó. Le faltaba disciplina y dirección; sin esto, su fuerza no podía alcanzar gran cosa. No logró dominar los impulsos que surgieron a inicios de su carrera y que veinte años después lo mataron. Les tocó a Samuel y a David, años más tarde, derrotar finalmente a los filisteos. Samuel con una oración consiguió más que Sansón en veinte años de lucha (véase 1 S 7.9–14).
(Bosquejos expositivos de la Biblia)