Campaña 100 días de avivamiento, día 6:
2 Corintios 5: 14- 21:
Es el amor de Cristo el que nos mueve, nos impulsa, nos hace actuar y vivir siguiendo Su ejemplo de entrega, de amor, de santidad: "y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (v. 15). Esta es precisamente la esencia de la verdadera vida Cristiana: vivir para Cristo, entregando todo nuestro ser a Aquel que se entregó por nosotros, lo que redunda en una vida como la Suya; basada en el amor y la entrega a los demás. No es simplemente una filosofía, creencia o religión; es una manera de vivir que resulta de la renovación interior, de la nueva relación con Él, de la sanidad y libertad que Él ganó para nosotros como resultado de su muerte en la cruz en nuestro lugar: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (v. 17). No es simplemente un cambio externo, es en esencia, un cambio de naturaleza que se manifiesta en nuestra nueva manera de pensar, de relacionarnos y de actuar. "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación" (v. 18, 19). Esta vida nueva es posible, gracias a la "reconciliación" con Dios; que consiste precisamente en que, habiendo estado separados de Él por nuestro pecado, tenemos ahora una nueva posición ante Él (la de hijos), y una nueva relación (podemos conocerlo y amarlo realmente).
"El apóstol estaba tan asombrado del amor de Cristo que servirle y honrarle llegó a ser el motivo controlador de su vida. En los versículos 14–17 describe este amor que llevó a Cristo a la cruz para morir por los pecadores. ¿Por qué murió? Para que nosotros vivamos por Él (1 Jn 4.9); para que vivamos juntamente con Él (1 Ts 5.10); y para que vivamos para Él (2 Co 5.15). No puede haber egoísmo en el corazón del cristiano que entiende el amor de Cristo.
Uno de los problemas de Corinto era que los creyentes juzgaban según la carne (1 Co 4.1–7). Comparaban a Pablo con otros maestros y usaban juicio carnal en lugar de discernimiento espiritual. Se olvidaban de que la vida cristiana es una nueva creación con nuevos valores y nuevos motivos. Es incorrecto juzgar a Cristo según la carne; o sea, mirarle (como el mundo lo hace) solamente como un gran maestro o ejemplo. Pablo, como rabí judío inconverso, quizás miró a Cristo según la carne. Pero cuando vio al Cristo glorificado, cambió su punto de vista. Debemos tener una evaluación espiritual basada en la Palabra de Dios. Otros maestros dijeron que Pablo se promovía a sí mismo; juzgaban según la carne y demostraban así que les faltaba ese amor de Cristo como la fuerza controladora de sus vidas. Hemos visto tres motivos que controlaban la vida y ministerio de Pablo; su confianza en el cielo, su preocupación por agradar a Cristo y su exigencia de amor. Había un cuarto motivo: la comisión que Pablo había recibido de Dios. ¡Pablo era un embajador de Cristo! Su mensaje era de paz: Dios había pagado el precio por el pecado; Dios no estaba en guerra contra los pecadores; los pecadores ahora podían creer y ser salvos. ¡Qué tremendo mensaje! Considere algunos hechos en cuanto a los embajadores.
(1) Los embajadores son escogidos y Cristo había escogido a Pablo para ser su representante. Pablo no se representaba a sí mismo (véase 4.5). Su mensaje era el evangelio que Cristo le encomendó (1 Ts 2.4). Su meta era agradar a Cristo y ser fiel a la tarea que se le dio.
(2) A los embajadores se les protege. Un embajador debe ser ciudadano de la nación que representa, y Pablo (como lo es todo cristiano) era un ciudadano del cielo (véase Flp 3.20). La nación suple a sus embajadores de todo lo necesario y está lista para protegerlos. De la misma manera Cristo suplió toda necesidad de Pablo y estuvo con él en toda crisis.
(3) A los embajadores se les considera responsables. Los embajadores representan a sus países y dicen lo que se les instruye. Saben que un día deben rendir cuenta de su trabajo.
(4) A los embajadores se les llama de regreso si se declara guerra. Dios todavía no ha declarado guerra a este perverso mundo, pero un día lo hará. Hay un día venidero de la ira (1 Ts 1.10) que juzgará a los malos, pero los cristianos serán llevados a su hogar antes de que llegue ese día (1 Ts 5.1–10). La Iglesia, los embajadores de Dios, no atravesarán la tribulación.
El mensaje de la iglesia de hoy es de reconciliación: Dios reconcilió al mundo consigo mismo por Cristo en la cruz y está dispuesto a salvar a todos los que confían en su Hijo. Nuestro mensaje no es de reforma social (aunque el evangelio transforma vidas, Tit 2.11–15); el nuestro es un mensaje de regeneración espiritual. Representamos a Cristo al invitar al perdido a que le reciba. ¡Qué privilegio... qué responsabilidad!
Todos los creyentes son embajadores, sea que aceptemos la comisión o no. «Como el Padre me envió, así también yo os envío», dijo Cristo (Jn 20.21). Asegurémonos de que nuestro mensaje, métodos y motivos sean los correctos, de modo que nuestra obra pueda ser duradera y resista la prueba de fuego cuando estemos ante Él".
Uno de los problemas de Corinto era que los creyentes juzgaban según la carne (1 Co 4.1–7). Comparaban a Pablo con otros maestros y usaban juicio carnal en lugar de discernimiento espiritual. Se olvidaban de que la vida cristiana es una nueva creación con nuevos valores y nuevos motivos. Es incorrecto juzgar a Cristo según la carne; o sea, mirarle (como el mundo lo hace) solamente como un gran maestro o ejemplo. Pablo, como rabí judío inconverso, quizás miró a Cristo según la carne. Pero cuando vio al Cristo glorificado, cambió su punto de vista. Debemos tener una evaluación espiritual basada en la Palabra de Dios. Otros maestros dijeron que Pablo se promovía a sí mismo; juzgaban según la carne y demostraban así que les faltaba ese amor de Cristo como la fuerza controladora de sus vidas. Hemos visto tres motivos que controlaban la vida y ministerio de Pablo; su confianza en el cielo, su preocupación por agradar a Cristo y su exigencia de amor. Había un cuarto motivo: la comisión que Pablo había recibido de Dios. ¡Pablo era un embajador de Cristo! Su mensaje era de paz: Dios había pagado el precio por el pecado; Dios no estaba en guerra contra los pecadores; los pecadores ahora podían creer y ser salvos. ¡Qué tremendo mensaje! Considere algunos hechos en cuanto a los embajadores.
(1) Los embajadores son escogidos y Cristo había escogido a Pablo para ser su representante. Pablo no se representaba a sí mismo (véase 4.5). Su mensaje era el evangelio que Cristo le encomendó (1 Ts 2.4). Su meta era agradar a Cristo y ser fiel a la tarea que se le dio.
(2) A los embajadores se les protege. Un embajador debe ser ciudadano de la nación que representa, y Pablo (como lo es todo cristiano) era un ciudadano del cielo (véase Flp 3.20). La nación suple a sus embajadores de todo lo necesario y está lista para protegerlos. De la misma manera Cristo suplió toda necesidad de Pablo y estuvo con él en toda crisis.
(3) A los embajadores se les considera responsables. Los embajadores representan a sus países y dicen lo que se les instruye. Saben que un día deben rendir cuenta de su trabajo.
(4) A los embajadores se les llama de regreso si se declara guerra. Dios todavía no ha declarado guerra a este perverso mundo, pero un día lo hará. Hay un día venidero de la ira (1 Ts 1.10) que juzgará a los malos, pero los cristianos serán llevados a su hogar antes de que llegue ese día (1 Ts 5.1–10). La Iglesia, los embajadores de Dios, no atravesarán la tribulación.
El mensaje de la iglesia de hoy es de reconciliación: Dios reconcilió al mundo consigo mismo por Cristo en la cruz y está dispuesto a salvar a todos los que confían en su Hijo. Nuestro mensaje no es de reforma social (aunque el evangelio transforma vidas, Tit 2.11–15); el nuestro es un mensaje de regeneración espiritual. Representamos a Cristo al invitar al perdido a que le reciba. ¡Qué privilegio... qué responsabilidad!
Todos los creyentes son embajadores, sea que aceptemos la comisión o no. «Como el Padre me envió, así también yo os envío», dijo Cristo (Jn 20.21). Asegurémonos de que nuestro mensaje, métodos y motivos sean los correctos, de modo que nuestra obra pueda ser duradera y resista la prueba de fuego cuando estemos ante Él".
(Bosquejos expositivos de la Biblia)